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Mundo Baviera

Somos humanos… hasta en el blanco de los ojos

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Si algo diferencia a los ojos del ser humano de los del resto de los animales es lo que popularmente se conoce como el blanco de los ojos, que en realidad se denomina esclerótica o esclera. La esclerótica es una membrana gruesa y resistente a la que se conectan los músculos que controlan el movimiento del ojo. Su función es dar forma al ojo y proteger los elementos más delicados de la estructura ocular. Pero, ¿en qué se diferencia nuestra esclerótica de la de animales como el perro o el gato? Si nos fijamos bien, nuestra esclerótica visible (es decir, aquella que no está cubierta por los párpados) es mayor proporcionalmente que la de otros animales en los que el iris (la membrana coloreada) es mucho más grande.

El ser humano ha aprovechado esta “peculiaridad anatómica” para desarrollar una herramienta de comunicación no verbal: la dirección de la mirada. Gracias a esta capacidad, podemos deducir hacia dónde mira una persona sin necesidad de que ésta mueva la cabeza y anticiparnos a sus pensamientos y acciones. Además, esta facultad era muy útil para nuestros antepasados más lejanos, que aún no habían desarrollado el lenguaje verbal y  se dedicaban a la caza. Con sólo una mirada podían ponerse de acuerdo o señalar hacia dónde se dirigía una pieza. De hecho, en el día a día también podemos comprobar hasta qué punto tenemos desarrollada esta capacidad. Si ponemos una pelota en un lugar y le indicamos a un perro dónde está con la mano, éste irá corriendo y la cogerá. Pero si le señalamos la pelota sólo con la mirada no reaccionará. Cualquier ser humano interpretaría que la dirección de la mirada indica la posición de la pelota. Además, nuestra esclerótica también nos  sirve para expresar fastidio, cansancio o desesperación cuando ponemos “los ojos en blanco”…

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